
Si de algo estoy muy contento conmigo mismo respecto a mi trayectoria junto a los RPG, es del hecho de que cada aventura que escojo, cada juego que inicio, me despierta inmediatamente una desbordante ilusión por descubrir qué se oculta bajo su título y qué misterios me va a deparar, como si cada uno de ellos fuese el primero, sin importar si hablamos de un juego monocromático de 8 bits o de una superproducción de brillantes texturas. Si a todo esto le añadimos que el juego en cuestión pertenece a la generación de los 16 bits, el pulso se me acelera un poquito más si cabe. A principios del 2000 tuve mi primera experiencia con los Tactical RPG gracias al excelso
Bahamut Lagoon, que me abrió una refrescante ventana para mirar con otros ojos este sub-género, y desde entonces raro es el año en que no se cuelan dos o tres exponentes en el blog. Hace 10 años terminé por primera vez uno de sus grandes iconos: el
Shining Force, y mentiría si no dijese que me encantó. Sin embargo, las recomendaciones que me llegaban por aquel entonces ya hacían hincapié en que sin demora debía darle un buen repaso a su secuela.